martes, 26 de mayo de 2009

Discrimen...








10 de Enero del año 705 desde la fundación de Roma, el 49 antes del nacimiento de Cristo.

Hacía mucho rato que el sol se había puesto tras los Apeninos. Los soldados de la 13ª Legión aguardaban en la oscuridad, en perfecta formación y en orden de marcha. Aunque la noche era fria, estaban acostumbrados al sufrimiento.

Durante 8 años habían seguido al gobernador de la Galia de una sangrienta campaña a otra, habían cruzado el Rhin y el canal de la Mancha por dos veces, hasta los confines de la Tierra conocida. Ahora estaban a punto de cruzar una frontera muy diferente. Frente a ellos fluía un pequeño arroyo. La orilla en la que se encontraban pertenecía a la provincia de la Galia; la otra, a Italia, y en ella estaba el camino que llevaba a Roma.
Sin embargo, si tomaban ese camino,estarían cometiendo el más grave de los crímenes, pues no solo atravesarían los límites de su provincia, sino que quebrantarían las leyes sagradas del pueblo romano.




En el silencio de la noche se escuchaba el arrullo del torrente, crecido por el deshielo de las montañas, pero no el toque de las trompetas que anunciaban la batalla. Nervio y ansia, no estaban habituados a esperar. Su General, el gobernador de la Galia,era un hombre célebre por su brío, su capacidad y su rapidez; pero pocos alcanzaban a ver a su General entre las tinieblas de esa fría noche. El dilema al que César se enfrentaba en esa orilla era angustioso, mas si cabe, porque era consecuencia de sus éxitos anteriores. Había rendido ciudades y tribus, subyudado regiones y pueblos. En lugar de ordenar a sus hombres que avanzaran, Cayo Julio César miraba las turbias aguas del Rubicón, y callaba. Su mente se debatía en silencio.

Los romanos tenían una palabra para momentos como ese, Discrimen, los llamaban, un peligroso instante de insoportable tensión en el que los logros de toda una vida pendían de un delgado hilo. La carrera de César había sido una sucesión de tales momentos de crisis y siempre había salido victorioso de tales envites. Así era como en Roma se demostraba la verdadera talla de un hombre. Los enemigos le envidiaban y le temían, para César era el momento de la verdad. Podía someter su mando a la ley del Senado… o podía cruzar el Rubicón.
Puede que aquel torrente fuera estrecho y oscuro, tan insignificante que hemos olvidado su localización exacta, pero su nombre sigue siendo famoso.
Tan importante fue el cruce del Rubicón que desde entonces se ha convertido en un símbolo que representa cualquier paso trascendental.

"Rubicón, auge y caída de la república romana."




Lo que hacemos en vida, tiene su eco en la eternidad. Ha llegado el momento de cruzar nuestro Rubicón... a mi señal, Ira y Fuego.

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