viernes, 5 de junio de 2009

El poste de Rensenbrink

Buenos Aires, 25 de junio de 1978. Estadio Monumental de River Plate. Final de la Copa del Mundo. Minuto 90 de partido. Argentina, 1-Holanda, 1. Balón colgado al área albiceleste, falta de entendimiento entre Fillol y su defensa y la pelota le queda franca al fino extremo Rensenbrink, que suelta un derechazo que se estrella en el poste. El estadio, cubierto de papelitos blancos, enmudece. Segundos después, el árbitro pita el final del tiempo reglamentario. En la prórroga Argentina marca dos goles más (Kempes y Bertoni) y se proclama campeona del mundo ante el delirio local.

Cruel destino. Si Rensenbrink hubiese marcado aquel gol, Holanda se hubiese proclamado campeona del mundo y él hubiese sido el máximo goleador del Mundial. Pero el balón se fue a la madera y el tiempo adicional le dio la gloria a la Argentina de Menotti y el título de máximo realizador a Kempes. Y lo peor de todo: el régimen militar de Videla se apoderó de la victoria para encender la más abyecta de las maquinarias propagandísticas. "Dichoso poste", habrá pensado innumerables veces en su vida Rensenbrink, hoy un nombre casi olvidado por la frágil memoria del fútbol.

Ahora piensen en el penalty que Pinto le detuvo a Martí. En el gol que Andrés Iniesta marcó en el último suspiro en Stamford Bridge. En la clarísima oportunidad que Park falló en el primer minuto de la final de Champions. Jugadas puntuales que pudieron cambiar en una décima de segundo el curso de una temporada impecable. Si Martí hubiese transformado el penalty, si Iniesta hubiese estrellado aquel agónico balón en la cruceta, si el Manchester United se hubiese adelantado en el marcador nada más empezar el partido... Tal vez ahora no estaríamos celebrando el triplete.

Nadie confiaba en aquella Holanda del 78 tras la renuncia de Cruyff a jugar el Mundial. Pero llegaron a la final y sólo un poste les separó de la gloria. Nadie confiaba en Guardiola tras su nombramiento como entrenador el pasado verano. Pero la temporada ha sido apoteósica y, en los momentos claves, se produjo una certera alineación de planetas para que los pequeños detalles, los golpes de suerte, los caprichos del destino, cayeran siempre del lado blaugrana.

Piensen en ello y disfruten de este triplete con febril intensidad. Porque tal vez la temporada que viene el balón se estrelle en el poste y la cosecha de títulos sea menor. Pero ahora, hoy, les animo a saborear, a paladear, a rememorar sin prisas cada fotograma de esta gloriosa campaña, tal vez irrepetible, que nada ni nadie podrá borrar de los libros de historia, los mismos donde navega Robert Rensenbrink como un desafortunado holandés errante.

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