jueves, 29 de octubre de 2009

A años luz de Alcorcón


Para disgusto de muchos, porqué las penas compartidas son menos penas, no hubo terremoto en León. El Barça resolvió su partido con las armas lógicas a aplicar en estos partidos donde hay poco a ganar y mucho a perder. Un 11 rotacional - aunque con más jugadores del primer equipo de lo esperado -, una superioridad manifiesta acorde a la diferencia de calidad entre ambos equipos y la intensidad justa y suficiente como para compensar la sobre motivación que, normalmente, y ante la oportunidad que la Copa del Rey brinda a los equipos de categorías inferiores para liarla y copar los cinco minutos de gloria que hasta el más pringado merece, cabía esperar de la Cultural. Pero éstos no fueron tan bravos como los jabatos revolucionados de Alcorcón, aunque tampoco el Barça fue el juguete pusilánime y vergonzoso que fue el Madrid el día anterior. La normalidad se impuso y pasó lo que debía: una victoria de oficio del Barça y una eliminatoria resuelta que convierte el partido de vuelta en un trámite inoportuno en el calendario blaugrana. Que encima sea a las 22:00 horas lo convierte en una broma de mal gusto.

Aunque trámite, el partido tuvo su héroe, nuestro sospechoso particular Pedro. Los mass media ya se encargarán de señalar el hito histórico que supone que el canario haya marcado en las cinco competiciones en las que ha disputado minutos de juego. Yo reseño el estado de gracia y de confianza del chaval, aun con todas sus limitaciones, y su facilidad trasmutada en eficacia rematadora, marcando, además, goles de calidad. También hubo villanos, en forma de Bojan. Su poca fortuna ayer fue antológica y transpiró en sus acciones una ansiedad y una necesidad forzada de salirse de la norma, de hacer más de lo que tocaba, que poco encaja en el fútbol estructurado y solidario del Barça. Guardiola, que lo justifica y lo defiendo todo, como tiene que ser, tiene trabajo para recuperarlo para la causa.

En un partido que fue una fiesta para León y en el que el Barça no mancilló ni su prestigio ni su dignidad, sólo un hecho, aunque anecdótico, reprobable. La ausencia de José Luís Rodríguez Zapatero en el estadio. Confirmada su presencia en un primer momento, su renuncia no supone tanto el enésimo ninguneo al Club del que es seguidor por vete a saber qué miedo a perder popularidad y votos como sí un desprecio a la tierra que le vio nacer ante una ocasión histórica de poder presenciar un enfrentamiento único entre los dos equipos de su corazón. Entre el palquismo indecente de Aznar y el absentismo cobarde de Zapatero, seguiremos esperando el término medio de la normalidad y la sensatez.

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