Yo pido calma y serenidad desde la convicción de que es mucho mejor no hablar nunca de los árbitros, ni cuando nos benefician ni cuando nos perjudican. Porque es un recurso pobre, una pataleta infantil, una excusa de mal perdedor, un análisis superficial y facilón. Porque es ponerse a la altura de quienes, con la imperiosa necesidad de vender periódicos (y cuberterías, pijamas o chubasqueros con el escudo del club que abanderan), tiran la objetividad por el retrete y se dedican a escribir aquello que le gustará leer al militante de base más radical y obcecado mientras apura el carajillo de Marie Brizard.
¡Si esta semana, aprovechando la visita del Tenerife al Bernabeu, algunos periódicos todavía han pontificado sobre irregularidades arbitrales en las dos ligas consecutivas que perdieron a principios de los noventa en favor del Dream Team! Han pasado más de tres lustros y todavía no han podido digerir aquellas derrotas. Si a estas alturas de la película aún se dedican a desenterrar fantasmas polvorientos del pasado, peor para ellos. Nosotros a lo nuestro. Si ladran es porque cabalgamos, así que no caigamos en su juego paranoico de campañas orquestadas. Es una cuestión de estilo y de higiene mental.
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